La casa de la herida
La Casa de la Herida
Mi cuerpo es el ático de las velas muertas
Llevo esta piel de ortigas, es mi uniforme.
Mi cuaderno, esta boca, donde la tinta es ceniza y la página,
un párpado que se niega a cerrarse.
Soy la cebolla. Capa tras capa de llanto seco y reprimido.
el ardor antiguo buscando el aire como una ofrenda en un altar sin dios.
Hay un cuarto tapiado en la memoria,
sin ventanas, huele a la polilla de un vestido de comunión
Allí, se desangra ,mi secreto sobre la piedra.
Nadie me oye. La puerta no existe.
La puerta es mi garganta cerrada con llave.
Oigo a las doctoras-aguja, susurran: “Quieta, quieta”.
Cosen y descosen la misma herida con un hilo de mi propio nervio.
Es una sutura de sombra que nunca cicatriza, que duele como la primera vez.
La primera vez es todas las veces.
Me abro el pecho con las uñas y las escenas brotan, húmedas,
el fantasma de la silla vacía, el mantel, una mortaja limpia,
los pájaros de sal que se estrellan sin sonido contra el vidrio del espejo.
No son recuerdos. Son los inquilinos del sótano.
Donde lo reprimido respira un aire viciado.
Allí, el cuchillo espera siempre en la misma tabla,
listo para rebanar la calma.
Su filo, mi silencio.
Entonces todo vuelve.
El círculo se cierra.
El viejo grito se hace un hueso en mi garganta
Se rompe contra los dientes.
Se vuelve hielo en la mirada.
La lágrima conoce el surco.
Repite su camino antiguo sobre la máscara de porcelana, este rostro que ya no es mío,
sino el mapa de la herida, la geografía de lo que no muere.
El pasado no es un visitante. Es el dueño de la casa.
Se sienta a mi lado en la penumbra, me toma las manos frías entre las suyas de polvo,
y me dice: “Soy yo, el que vive en tus ruinas silenciosas. Quieta, niña”.
Y arde. Arde lentamente como una vela votiva en la capilla de mis velas muertas.
Arde y no se consume. Arde.
Y soy yo, la herida, la cerilla, la casa en llamas.
Soy yo
—Rebeca Saray
Modelo y maquillaje: Sandra Kruczynski
Dirección de arte, fotografía y retoque: Rebeca Saray con Pentax 645Z y Broncolor